
Compañeras, compañeros:
Permítanme comenzar con palabras que tienen más de un siglo.
“Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los demás pueblos.”
Lo dejó escrito José Martí, hace 130 años después de asistir a la Conferencia Monetaria, un convite interesado del pujante Estados Unidos a las jóvenes repúblicas de Nuestra América en aquel entonces.
Acreditado por el gobierno de Uruguay, país del que era cónsul general en Nueva York desde 1887, Martí, al parecer, casi fue excluido por inexplicables demoras y excusas mentirosas del Departamento de Estado.
Aquella Conferencia fracasó y se afirma que a ello contribuyó decisivamente el cubano, quien escribiría posteriormente un profundo y demoledor análisis, dictado por su conciencia sobre los peligros a los que se exponía Nuestra América de aceptar la unión monetaria.
De frente, sin eufemismos de ninguna índole, Martí definió en esas líneas, la incapacidad de los Estados Unidos para entender a sus vecinos del Sur. Cito:
“Creen en la superioridad incontrastable de «la raza anglosajona contra la raza latina». Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros.
“Mientras no sepan más de Hispanoamérica los Estados Unidos y la respeten más, -como con la explicación incesante, urgente, múltiple, sagaz, de nuestros elementos y recursos, podrían llegar a respetarla-, ¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Estados Unidos?”. Fin de la cita.
Las preguntas de Martí contienen en sí mismas las respuestas.
Pocos textos hay más visionarios sobre la política de Estados Unidos hacia nuestras tierras de América, una política que la ambición desmedida del imperio ha congelado en el tiempo, al negarse a escuchar las voces que no se le someten.
Quien lo dude, que ponga esas palabras frente a la concepción excluyente de la IX Cumbre de las Américas y comprobará su absoluta vigencia.
El dogma filosófico que siempre acompañó a esa insaciable ambición es el llamado Destino Manifiesto, arraigada convicción de naturaleza racista y supremacista, cuyo enunciado conceptual que le sirvió de contexto es la Doctrina Monroe.
Sin renunciar a ninguna de esas dos concepciones, el gobierno estadounidense convocó la IX Cumbre hemisférica en la ciudad de Los Ángeles, con participación discriminatoria e insuficiente representación regional.
En el caso de Cuba, la exclusión no fue solo contra el gobierno, sino también contra los representantes de la sociedad civil y los actores sociales, incluidos nuestros jóvenes. Los Estados Unidos no se conforman ya con determinar quién y cómo debe ser el gobierno cubano. Ahora se proponen definir quiénes son los representantes de la sociedad civil, y qué actores sociales son legítimos y cuáles no.
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