
Por estos días de enero, un pensamiento muy feliz siempre provoca mi memoria: la imagen de una niña cortando flores en el jardín de su casa o pidiéndole rosas blancas a alguna vecina para hacer un ramito. “Es que hoy me toca ponerle flores a Martí”.
Allá en la escuela primaria “Ignacio Agramonte” de la localidad montañosa de San Andrés, en el municipio La Palma, en Pinar del Río, fue donde primero me enseñaron a honrar de muchas maneras al Apóstol; como aquel ritual de los niños para el Maestro.
Y eso ya era suficiente para quererlo. No sé el misterio o el ángel que nos inspiraba, pero aquel busto martiano siempre lucía flores, desde las más finas, hasta las más silvestres. "Príncipes negros", orquídeas, rosas, cajigal, marpacíficos, romerillo, “siemprevivas”, “florecitas de las diez”, hasta unas que no recuerdo su nombre, pero sí su fuerte olor a ajo y que las niñas nos las poníamos como uñas postizas.
Un gesto hermoso de Los Pinos Nuevos para quien tanto había hecho por nuestra patria. Un homenaje infantil que se convertía en tradición y en cualquier paraje de aquellos campos, te encontrabas a un pionero en un jardín, minutos antes de ir hacia la escuela, o a sus padres, conformándole la ofrenda con la que honrarían al Héroe Nacional.
Nadie quería dejar a Martí solo en la piedra. Todos lo preferíamos acompañado de colores, fragancias, abejas y mariposas. Seguramente por ese motivo nunca le faltaron. Incluso sucedía, que aunque no nos tocara ponerle flores, varios niños coincidíamos con el mismo presente para él.
Hasta hubo quienes dejaron escapar sollozos por haber olvidado las flores para Martí y allá iba la maestra a consolarlos: "Lo más importante es ser un niño como soñó el Apóstol, un niño bueno, inteligente y aseado. Y que no se te vuelva a olvidar" . Entonces el pequeño o la pequeña se proponía enmendar su error y en la próxima ocasión buscaba las rosas más hermosas.
Durante años presencié este homenaje de los niños de la "Ignacio Agramonte" al Maestro. Hoy día cuando visito el terruño natal, y paso frente a mi escuela primaria, luego del saludo a los maestros y conocidos, la mirada siempre descansa en el busto martiano. Al parecer los niños siguen teniendo un día para ponerle flores al Apóstol, y no le fallan.
En estos días de enero, a la visita de ese pensamiento feliz a mi memoria, se suma una interrogante: ¿qué significa Martí para los cubanos? Y es en Fidel, un martiano inmenso que encuentro el razonamiento más acertado.
Hoy comprendo mejor por qué nunca le han faltado flores y honra a Nuestro Apóstol Nacional. “Martí no es una abstracción; es un sentimiento, un lugar de refugio que no es cualquier sitio”.
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